Cuando murió Juan Pablo II, después de que mi amigo me avisó, lo busqué en internet y vi comprobada la noticia. Corrí a la iglesia del pueblo, donde me encontré, en la puerta de entrada que estaba super cerrada, a mis amigos argentinos y a gente del Este de Europa, aparte de una sra. con pinta de diplomática alemana (o a lo mejor no).
Golpeamos la puerta (se oían ruidos adentro) y nos abrió el mayordomo -que sigue siendo un verdadero saco de plomo- y nos preguntó que qué queríamos. Por supuesto, que él no sabía nada de la muerte del Santo Padre... ni tampoco se conmovió, ni se interesó mayormente por el tema.
Le dijimos que queríamos entrar a rezar y nos dijo que no nos podía dejar entrar. Por supuesto que todos nosotros, muy calmados y sin malas educaciones propias de gente sin cultura, le insistimos. Pero el mal hombre cerró la puerta.
Nos quedamos afuera, hablando acerca de la posibilidad de ir a la iglesia evangélica, donde seguro que nos abrirían las puertas. Si yo conozco al párroco. Y después de todo, JP II era un Papa ecuménico, lo que le valió la incomprensión por parte de no poca gente.
En eso, llegó a la iglesia una asistende de pastoral, quien sí nos abrió la puerta, para que pudiéramos entrar a una capillita separada por una reja del resto del templo, desde donde podíamos ver el sagrario y rezar. Lo que hicimos.
Veíamos, eso sí, al mayordomo y a otros continuar su obra de arreglo de la iglesia para el gran evento del día siguiente: la comunión anual.
¿Está demás decir que a nadie se le ocurrió cancelarla por duelo? Me atrevo a decir que si hubiera muerto Lady Di ese día, sí lo hubieran cancelado. Al día siguiente, fue la gran fiesta -con esos trajes de mini-novia y de mini-novio que usan en Alemania para la first communion- y nadie se acordó de Juan Pablo II.
Volviendo un poco atrás, estábamos los argentinos, yo y algunos polacos y más gente de otros países del Este, rezando intensamente (los guest workers italianos y espanoles brillaron por su ausencia). De pronto llegó mi amigo protestante y todos rezábamos intensamente, sin decir palabra, mientras los típicos "católicos rhenanos" continuaban aderezando la iglesia...
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